30 pétalos volcánicos que en sus vientres
abren al óxido de la imágen
serenas criaturas menguantes.
20 niños unicornios que se columpian
en lienzos de trenes eléctricos,
despreciendo colores del alba arrítmica.
Orugas que tejen sus vías
y encallan en las agujas
y el ártico eco de bárbaro Titán,
a puro pulso,
como un desierto que se ahoga en el oasis.
20 pétalos de safiro que derrama el cosmonauta
en su aterrizaje,
artefactos vegetales que giran sombríos.
60 crisálidas de azafrán explosivo,
de ingrávido celeste
y apenas visibles,
apenas creíbles.
60 cristalinos cíclopes
de un óleo como extenso es el firmamento
a los pies
del último traidor.
Son puentes incinerados,
claroscuras marquesinas
de el único hecho incorpóreo.